Sr. Presidente:
Los españoles debemos remontarnos al año 63 antes de Cristo para encontrar en Cicerón la frase histórica que mejor expresó en el Senado de Roma el hartazgo y la extrema fatiga ante una clase política conjurada en oprimir al pueblo, dirigida por el sagaz y melifluo Catilina. La recordará usted: Quosque tandem abutere, Catilina, patientia nostra (¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?) Pues bien, señor Rajoy, ahora son millones los ciudadanos los que se preguntan hasta cuándo podrá soportar nuestro país esta ciénaga de corrupción y mentira que nos está anegando.
Vivimos en una crisis de fiabilidad democrática porque no confiamos en ustedes después de haber intentado hacerlo con tanta reiteración como ingenuidad
En los años noventa, el Estado debió deglutir la llamada guerra sucia contra el terrorismo que llevó a la cárcel a un ministro del Interior (José Barrionuevo) y a un secretario de Estado de Seguridad (Rafael Vera), además de a otros cargos públicos. También quedamos abochornados por la corrupción protagonizada por el que fuera nada menos que gobernador del Banco de España (Mariano Rubio) y por el Director General de la Guardia Civil (Luis Roldán). Tuvimos que encajar el impacto de la financiación ilegal de partidos (caso Filesa y caso Naseiro), descubrimos jueces corruptos (Estevill), pelotazos delictivos (Mario Conde) y hemos asistido ahora al desplome por incompetencia, incuria y rapiña del cincuenta por ciento del sistema financiero español -las Cajas de Ahorro- y, al hilo de este desplome, relatos de despilfarro inmoral e hirientes prácticas de frivolidad en el manejo de los fondos públicos.
Estamos asistiendo perplejos a la instrucción penal de los manejos de Iñaki Urdagarin, yerno del Rey, y su socio a los que el juez imputa seis delitos de naturaleza económica y a los que exige más de ocho millones de euros de fianza. Hechos presuntamente delictivos que no podrían haberse perpetrado sin la colaboración activa de empresarios complacientes y aduladores –a por atún y a ver al Duque- y de presidentes de comunidades autónomas de su partido como Matas en Baleares y Camps y Zaplana en Valencia. En paralelo, señor presidente, existen evidencias de que en el Partido Popular se han producido pagos irregulares que sus compañeros niegan –algunos los admiten pero con protestas de legalidad– pero sobre los que aumentan las evidencias que los acreditan, en tanto los tesoreros del PP se han enriquecido de manera tan sobrevenida como sospechosa. Añadamos a estos casos los otros muchos que menudean en comunidades autónomas como Cataluña, Galicia, Andalucía, sin olvidar la trama Gürtel que impacta también de lleno a su organización en Madrid y Valencia. Todos los corruptos que han sido y son niegan su condición y aseguran su inocencia. Una justicia lenta, premiosa, intolerablemente tardía añade de hecho una larguísima impunidad.
No puede usted, señor presidente, seguir viviendo en la ficción de que la paciencia de los españoles es inagotable
En definitiva, señor Rajoy, España y sus ciudadanos viven en la peor crisis de todas, que no es la política, ni siquiera la económica: viven –vivimos- en una crisis de fiabilidad democrática porque no confiamos en ustedes después de haber intentado hacerlo con tanta reiteración como ingenuidad. Se ha invertido la carga de la prueba: son ustedes, señor presidente, los que deben demostrar que son inocentes porque nadie cree que lo sean después de tanto manosear esa presunción constitucional como cortafuegos a sus responsabilidades. Ignoro, señor presidente, si, como se dice, ‘pasa’ usted o no de los medios de comunicación nacionales y extranjeros, si le importa o no lo que se escribe y se dice en ellos. Pero hoy por hoy abrir un periódico de papel, entrar en uno digital, escuchar la radio, ver la televisión o participar en las redes sociales es exactamente igual a introducirse en una jungla de informaciones todas ellas desalentadoras sobre la falta de probidad de la clase dirigente y la ausencia de solvencia de las instituciones. Provoca náusea.
Muchos pensábamos, señor Rajoy –y algunos seguimos persistiendo en esa creencia-, que una de las virtudes que le adornaban era la honradez. Y que, aunque su palabra está muy devaluada por las traiciones a su programa electoral, nos diría la verdad al menos sobre la certeza de la inmundicia de la corrupción para erradicarla. Estamos al límite, señor Rajoy. No puede seguir callado; no puede remitirse a investigaciones internas que concluirán ad calendas graecas. Tenemos que saber si en el PP se cobraban sobresueldos opacos, quiénes percibían esos pagos, de dónde procedía el dinero y si se cumplían o no las obligaciones con la Hacienda pública. Y necesitamos saber si usted, señor presidente, cobraba o no las cantidades que la presunta pero muy verosímil contabilidad de Luis Bárcenas le atribuye. Y si la amnistía fiscal aprobada por su Gobierno la asume en un acto de humildad y lucidez como un tremendo error de juicio moral.
Tenemos que saber si en el PP se cobraban sobresueldos opacos, quiénes percibían esos pagos, de dónde procedía el dinero
No puede usted, señor presidente, seguir viviendo en la ficción de que la paciencia de los españoles es inagotable. Que se puede abusar de ella indefinidamente. Que la contención de los ciudadanos es un trasunto de su resignación. Que el orden y el concierto en la calle es una muestra de docilidad gregaria. Que esto es una tormenta en un vaso de agua. Que el tiempo arregla los problemas. No puede, señor Rajoy, usted, un hombre que creemos muchos es íntegro, seguir abusando de la esclavitud intelectual y acaso ética a que nos somete esta crisis económica que sirve para envolver en papel de celofán toda clase de arbitrariedades y amedrentamientos. No se confunda, señor Rajoy. No lo haga, porque habrá, antes o después, un Cicerón colectivo que –desgraciadamente en la calle, porque las instituciones no funcionan- alce la voz y le interpele definitivamente al modo del patricio romano: ¿hasta cuándo abusarán de nuestra paciencia?
Este post le podrá parecer retórico –en el muy improbable caso de que llegue a leerlo- pero, como aconsejaban los profesores jesuitas de Derecho en la Universidad de Deusto, cuando se han agotado los argumentos técnicos, ante la indignidad y el atropello, hay que acudir al discurso calderoniano de Pedro Crespo, el alcalde de Zalamea, que –como un Cicerón patrio- disertó con aquellas palabras inmortales: “Al Rey, la hacienda y la vida se han de dar, pero el honor es patrimonio del alma y el alma solo es de Dios”. Y, señor presidente, los españoles de a pie que pagan sus impuestos, trabajan o son dignísimos desempleados con y sin subsidio, se están quedando sin hacienda y, muchos, están consumiendo su vida en la incertidumbre. Pero no están dispuestos a que se pisotee el honor que comporta como atributo la ciudadanía democrática. Por eso, señor Rajoy, señor presidente del Gobierno, díganos hoy la verdad sin refugiarse en subterfugios ni en solemnes declaraciones. Convénzanos. Y hágalo antes de que sea demasiado tarde.
Fuente: El Confidencial