La posibilidad de que Arabia Saudí y Rusia vuelvan a inyectar petróleo al mercado ha suscitado dudas entre los inversores, provocando una estampida de ventas que ha hundido los precios del crudo.
Una de las cuestiones más difíciles de explicar en los mercados es por qué suben o bajan los precios, especialmente cuando pocos días antes se trataba de explicar por qué hacían lo contrario. Y más cuando los analistas apostaban por que mantendrían la tendencia y cuando no ha habido ningún cambio sustancial, por el momento, en las condiciones de la oferta ni de la demanda, que justifique el cambio. Eso es lo que puede suceder en el caso del petróleo que, después de subir un 35% entre junio y septiembre, hasta tocar los 97,7 dólares, cuando la mayor parte de los expertos daban por hecho que seguiría escalando por encima del triple dígito, se ha dado la vuelta, retrocediendo catorce dólares en apenas una semana. Y las razones radican precisamente en que los grandes productores, que son quienes habían estado detrás de la subida, han dado señales de que quizá el alza había ido demasiado lejos para lo que podía soportar la economía global, por lo que estarían dispuestos a abrir el grifo del petróleo, lo que a su vez ha espantado en tromba a muchos inversores que habían acudido al calor de lo que presuponían unas ganancias casi seguras.
El precio del barril de Brent, de referencia en Europa, había subido en los últimos tres meses impulsado principalmente por el recorte de la producción de la Organización de Países Exportadores de Petróleo y sus socios (OPEP+), incluyendo el ajuste adicional de Arabia Saudí y Rusia, que había coincidido con un aumento de la demanda global por la normalización de la economía china y el mayor consumo de crudo por la industria petroquímica y la reapertura de las rutas aéreas. Y, además, el petróleo de esquisto estadounidense, que la década pasada había dado estabilidad al mercado con incrementos de la producción cada vez que el crudo superaba los 60 dólares, se ha visto en esta ocasión lastrado por el incremento de los tipos de interés y la Ley de Reducción de la Inflación, que penaliza las inversiones en combustibles fósiles y estimula las renovables. Todo ello generó un enorme desequilibrio entre la oferta y la demanda que tensionaba los precios, lo que a su vez atrajo a muchos inversores al mercado.
Sin embargo, la situación ha dado un vuelco en la última semana, cuando el petróleo ha caído en cierta medida víctima del éxito de la estrategia de los grandes exportadores. La subida de los precios del crudo durante el verano ha sido un elemento más que ha agravado la desaceleración de la economía global y ha dado un impulso añadido a la inflación, lo que ha impedido a los grandes bancos centrales soltar el pedal de las subidas de los tipos de interés, provocando un impacto añadido sobre la demanda interna. Y este frenazo se ha hecho patente de numerosas formas, como es el caso de la muy probable contracción económica de la eurozona en el tercer trimestre, la rebaja de las previsiones de crecimiento global por parte de las casas de análisis o el frenazo de las transacciones internacionales. De hecho, la Organización Mundial del Comercio (OMC) recortó ayer sus previsiones de crecimiento para el comercio global este año a la mitad, hasta el 0,8%, muy por debajo del 3% registrado el pasado ejercicio.
Una tesitura que los grandes exportadores han visto con un cierto temor, dado que el colapso de la demanda puede ser más perjudicial para ellos que los beneficios que se derivan de unos pocos meses a precios altos, motivo por el que tanto Arabia Saudí como Rusia han dado señales al mercado de que están dispuestos a elevar el suministro del mercado para evitar una crisis. Así, el ministro saudí de Energía, Abdelaziz bin Salmán, señaló este miércoles que estudiará la situación del mercado en las próximas semanas «para ver si reduce o produce más» petróleo, mientras que el viceprimer ministro ruso y responsable de las negociaciones de Rusia con la OPEP+, Alexander Novak, dijo que «el próximo mes se realizará un análisis de mercado para tomar una decisión sobre si Rusia debe profundizar la reducción o por contra aumentar la producción». Tanto Riad como Moscú se mueven por el temor de evitar al colapso de la demanda en el corto plazo, pero también por el miedo a que la subida de los precios aliente las inversiones por parte de terceros países, algo que mermaría enormemente su cuota de mercado en el medio plazo.
Con estas palabras y la consiguiente caída de precios, los dos grandes Petro Estados han abierto la espita que ha provocado la salida en estampida de numerosos inversores en las últimas semanas, especialmente entre aquellos más apalancados, que han tenido que optar por inyectar más dinero para cubrir sus posiciones largas o por cerrarlas y que, ante la perspectiva de tener que volver a poner más dinero en el futuro, han optado por lo segundo. De hecho, los hedge fund y otros fondos han vendido en la última semana opciones y futuros por valor de 25 millones de barriles de crudo, lo que supone la primera semana con un saldo neto negativo por primera vez desde agosto. La gran incógnita es si esta caída de los precios se prolongará en el futuro, y eso depende fundamentalmente de hasta qué punto llegará la sangría de inversores y el impacto de la ralentización económica global. Si bien la caída de la cotización por debajo de los 85 dólares ha hecho que quienes entraron en las últimas semanas puedan salir, sumado a quienes han recogido beneficios, los inversores también saben que Arabia Saudí y Rusia están dispuestos a actuar si el precio del crudo cae de forma significativa, por lo que el recorrido a la baja es limitado. Y eso puede hacer que la sangría se frene.